Así en la pampa como en el río

por Juan Manuel Santamaría*

Yo escribiría la historia de una ciudad. No de un país, ni de una provincia:
de una región a lo sumo.

J.J. Saer. “Algo se aproxima”.


A Julio Migno no le gustaba que lo llamaran “El Poeta de la Costa”, quizás porque sentía a esta definición como una categorización reduccionista, que dejaba a su poesía circunscripta sólo a quienes podían sentirse representados por ella en ese contexto geográfico. “Con ese criterio tendríamos que llamar a Hernández “el escritor de la pampa”, o a Cervantes “el escritor de la Mancha”, solía decir. El prefería que solamente se lo nombrara como poeta o como escritor, sin nada que vulnerara el sentido trascendente que él sabía que latía en el fondo en su obra.

Pero si entendemos que quién le canta a una región determinada de un país, y de un continente como el nuestro, suma su voz a la gran polifonía, necesaria para nombrar la tremenda diversidad que es ésta América, y donde al decir de García Márquez, “los artistas han tenido que inventar muy poco, y tal vez su problema ha sido el contrario: hacer creíble su realidad”  al referirse a la desmesura que encierra, entonces sí, podemos decir, que ésta definición de “Poeta de la Costa”, puesta en el gran contexto de la literatura americana, adquiere un sentido relevante, como pieza importante de un gran rompecabezas.

Porque América es eso, el continente del encuentro, del mestizaje, del crisol de razas, de la multiplicidad de cosmogonías, y cada parte de ella contiene a ese todo maravilloso, que en nuestro albardón costero, a cada paso se torna más y más evidente, a medida que recorremos sus rincones. Allí están los restos fundacionales de la conquista, las huellas del indio y de la evangelización, en reducciones que dieron origen al nacimiento de pueblos y ciudades, las de los primeros criollos y su posterior alumbramiento “el gaucho”, como así también las del aluvión inmigratorio.

Esa fue la encarnadura particular, el sedimento basal, desde donde Julio Migno iba a expresar su universalidad poética; San Javier su pueblo, heredero y parte de toda esa historia, enclavado en medio de esa inmensidad de pampa y río, que como él solía señalar, “paisaje que siempre está en movimiento”, habría de conformarse en una obra poética que representaría una expresión existencial, a la vez que un alegato social por los padecimientos del indio, de la lucha del criollo por la justicia y la libertad, y un canto a la paciente laboriosidad del “gringo” por sumarse a esa historia. Si alguna vez expresó, ante los 500 años del descubrimiento, que en esta Argentina “debíamos darnos el abrazo definitivo entre el indio, el criollo y el “gringo”, como expresión de unidad social de cara al futuro, en su obra hacía tiempo que esto se había dado.

Paul Valéry decía que toda literatura es colectiva, y esto creo que no solo es en el plano de lo social, sino también de lo literario, ya que nadie crea nada de la nada. Por eso me atrevo a decir que en estos autores se da una confluencia con sus pares antecesores, y que en el estilo de Migno está sumamente clara, digerida y mezclada con su propia arcilla, con su propia energía creativa, brindando una obra totalmente original.

La Argentina que Hernández contraponía al modelo europeizante, y de la cual Martín Fierro se torna expresión y defensa en términos épicos, y la que más tarde va a retomar Lugones en “El Payador”, está en lo más hondo de su inspiración, sin dudas. En sus cuatro libros, que forman lo medular de su producción literaria, “Amargas” (1943), “Chira Molina” (1952), “Yerbagüena, el mielero” (1947) y “Miquichises” (1972), Migno, como sucede con Hernández transmutándose en Fierro, hace hablar al personaje, le cede la palabra al costero, no es el propio autor el que habla; condición que sólo se puede lograr con total autenticidad a partir de un gran conocimiento y una plena identificación con quién se trate de hacer expresar.

En este sentido, para entender más su importancia dentro de este mosaico americano del que hablamos al principio, cabe señalar, que esto mismo podemos encontrar en tantísimos escritores de Latinoamérica, a quienes esa capacidad de consustanciación les ha permitido ahondar en lo más profundo de su pueblo; tomemos por caso, el de Juan Rulfo a la hora de escribir su Pedro Páramo, cuyos personajes son absolutamente provincianos; o el de Ricardo Güiraldes, aquí en nuestra tierra, con su Don Segundo Sombra.

Pero a su vez, en el caso de Migno, el lenguaje que él usa, es el lenguaje materno, el que escuchó en su “pequeña madre patria”, su aldea, el que hablaba la gente de a pie, y el que fundamentalmente, “su propia madre podía entender”, a la manera de Frédèric Mistral, como a él le gustaba parafrasear.

Sus poemas están construidos con una trama que exhibe una compleja sencillez, accesible al gran público, resultado de un batallar incesante por lograr la mayor síntesis, y la mayor riqueza expresiva. Una sucesión de “imágenes” permanente, como muchas veces me señalara. Buscando siempre el “nivel medio”, sin bastardear la hondura y el vuelo de su pensamiento, “para que lo entiendan todos”, el de abajo y el de arriba”, como él decía, lo cual plasmaba su plena conciencia de estar sumando su pluma al acervo popular, que es donde quedan depositados los versos de los grandes poetas, a veces con la suerte de hasta llegar a creérselos anónimos.

Este estilo, muchas veces lo llevó a sentirse identificado con innumerables vates admirados por él, pero en especial con su amado José Martí, con quién siempre se sintió hermanado, y a quién destacaba por la “simpleza” de su lenguaje, como “un poeta puro”. Querido por él, como lo fue también Rubén Darío, a quién, en medio de charlas informales, lo llamaba “Rubén”, a secas, lo cual siempre llamó mi atención, dando cuenta de la profunda compenetración con la obra y la persona del Nicaragüense; tea siempre encendida para Migno, y referente ineludible a la hora de pensar nuestra América.

Pero por sobre todas las cosas, su espíritu, fraguado en el Colegio de los Jesuitas de Santa Fe, exudaba una tremenda riqueza literaria; desde Hesíodo a Sócrates y Platón, desde Erasmo de Rotterdam a Ortega y Gasset, desde Omar Khayyam a Rabindranath Tagore o Federico García Lorca, pudiendo seguirse en una lista interminable de autores, de los cuales Migno hacía sus compañeros permanentes de viaje. Y como consecuencia, quienes estábamos a su alrededor solíamos beber el zumo de esa íntima y familiar relación, porque cabe decirlo, y porque no, en el plano de lo personal, todo junto a “Don Julio” era riqueza, a veces en la mayor austeridad de medios.

Esa riqueza, sin dudas, está en el origen de la alquimia que dio como resultado su último libro, “en castellano” como el decía, “Summa Poética” (1987), en cuyos versos, ahora sí, es el propio autor quien nos deja plasmada toda la lírica de su pensamiento.

“Todo poeta es músico”, solía decir, y su poesía daba cuenta de ello. Esa musicalidad fue recogida y acrecentada al ser musicalizada su obra por diferentes artistas. El caso de Rubén del Solar; de Orlando Vera Cruz, en este caso quién más ha trabajado sobre su poesía; de Iván Faisal, y el mío propio, ponen a los versos de Migno en otro escenario, en otro lugar que el de la biblioteca, dándole un vehículo más fluido para el público masivo, como ha pasado con muchos otros grandes poetas.

El lugar que uno elige para vivir es significativo en la vida de cualquier persona, y lo fue para Julio Migno cuando eligió hacerlo en Cayastá, lugar donde se dieron por primera vez cosas muy caras a nuestra argentinidad, fundamentalmente para la región del Río de la Plata, y donde el paisaje y la gente expresan en suma, una profunda síntesis del espíritu costero. Por eso, más que por ser un lugar equidistante entre su San Javier natal y la ciudad de Santa Fe donde desarrollaba sus actividades, lo fue seguramente porque en esas tierras hay también un sabor pleno de origen, savia de la que Migno se nutría para sustanciar su obra. Hoy sus hijas desde aquella casa, sede de la Fundación Julio Migno, junto al antiguamente llamado “Río de los Quiloazas”, hoy Río San Javier, promueven eventos culturales y tratan de difundir la obra de su padre.

Con su muerte, el 5 de diciembre de 1993, quedaron truncas las “Memorias de Chiflidito”, recuerdos de su infancia allá en su pueblo, y mucho material por recopilar de sus columnas radiales; pero nos quedan “sus hijos”, como solía decir Don Julio a la hora de referirse a sus libros, y agregaba – “ellos están vivos, yo no tengo que salir a defenderlos, se defienden solos”-. Realidad que con el paso del tiempo se confirma, porque anidan en el corazón de la gente, a la que él le cantó e hizo expresarse, y en el de los que día a día desde cualquier latitud, se van sumando a medida que van descubriéndolos e identificándose con su universo poético. La lágrima emocionada, el gesto de aprobación ante el acierto luminoso de una realidad hondamente plasmada en cualquiera de sus versos, son signos con que suelen expresarlo cuando nos toca decir alguno de ellos; evidencia clara que la pluma de Julio Migno era una vena abierta de donde fluía una poesía universal y enteramente americana, como la pampa y el río que la contienen.-

Chacra en verano

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*El autor, es compositor e intérprete de música popular. Ha trabajado junto a Julio Migno en programas radiales, actuaciones, y comparte la autoría de algunos temas. El más conocido de ellos “Santa Rosa de mis recuerdos”, fue grabado por Orlando Vera Cruz en 1997, en su CD Paraná Entero”.