Yo, Canibal

Datos Históricos, Imaginarios y Periodísticos sobre Caníbales en el Litoral Santafesino

Sumergidos en el nuevo continente, temiendo la ponzoña de sus animales, delirando por el aislamiento y la enfermedad, los primeros cronistas y exploradores de la indias meridionales nadaban en una atmósfera bastante aterrorizante. Las primeras experiencias en el reconocimiento del terreno habían dejado relatos como el de la muerte de Juan Díaz de Solís:

La generalidad de los cronistas y otros testimonios de la época añaden que los indígenas descuartizaron los cadáveres a la vista de los que habían quedado en la carabela, y comieron los trozos de los españoles. No faltan modernos historiadores que niegan el hecho, considerándolo falso y como una de las muchas leyendas infundadas que hay en la conquista de América. Pero J. T. Medina logró probar, hace ya muchos años, que en efecto los indios mataron y comieron a los desdichados españoles, utilizando los testimonios de Diego García, y de muchos más, entre ellos los relatos del sobreviviente Francisco del Puerto.

Desventuras en la Historia – Martín Caglani – May 17, 2006

Estas historias permitieron la creación de un relato mítico magnífico, que avivaba la imaginación de muchísimos aventureros que tenían como objetivo una descripción «estimulante» de las así llamadas indias:

Theodorus de Bry (1528-1598)

Sin embargo tenemos una versión diferente y tal vez, un poco más convincente en función de los antecedentes de lo que fue la conquista del continente Americano y la masacre y genocidio del pueblo indígena.

Lucas Marton describe que Juan Díaz de Solís no habría siquiera descendido del barco. Fue Martín García quien habría encabezado una exploración hacia esta isla que luego llevaría su propio nombre con cinco tripulantes más. Allí habrían tenido un amigable recibimiento de los aborígenes pero aparentemente, García y compañía aprovecharon la gratitud indígena para violar a las mujeres, robar y matar a los pobladores que los habían recibido en aquella isla. Tras esto, la venganza de los indígenas charrúas o guaraníes fue implacable pudiendo salvar su pellejo solamente dos marinos junto al mismo Martín García a quien lo hirieron mortalmente pero que consiguió llegar al buque.

Luego de este hecho Solís habría ordenado el retorno a España con lo que se originó un motín en el barco ya que la tripulación quería lograr sus objetivos de riquezas y Solís habría sido arrojado al mar junto con traiciones como la de Francisco de Torres que se valió de la ansiedad de la tripulación y de las circunstancias para acusar a Solís de estar colaborando con la corona portuguesa.

Historia en «La Guía 2000» –   La muerte de Juan Díaz de Solís

Theodorus de Bry (1528–1598)

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Canibalismo Cultural

Los conquistadores españoles y, en general, los europeos han acusado de canibalismo a otros pueblos para justificar su invasión y su sometimiento, en nombre de una evangelización y culturización, que no es más que el enmarañamiento y el disimulo de un saqueo económico de las riquezas del «otro», un robo perpetrado a gran escala con los auspicios y el patrocinio de la cultura, religión e instituciones dominantes.

Gonçal Vicenç Bòrdes – LA VELLETA VERDA – Dic 1 2003

Tomando en cuenta este comentario de Bòrdes resulta interesante analizar la carga negativa de este concepto: «canibalismo». Fuera de la complejidad y el sentido de la ingestión de carne humana en distintas culturas, el «canibalismo» también se manifiesta en los genocidios culturales a los que nos vemos sometidos. Culturas diferentes que han sido incorporadas a la enorme digestión colonial del mundo, y que ha llegado al día de hoy en forma de globalización.

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El sistema tiene dos vías  de neutralizar a los que perturban su funcionamiento: si entran en el juego los convierte en personalidades, si son irreductibles, los mata

Contracultura para principiantes – Juan Carlos Kreimer

Los Mejores Caníbales de la Costa Santafesina

Florián Paucke no se muestra escandalizado, apenas objetivo, y a juzgar por el párrafo final hasta orgulloso, del así llamado «temor» provocado por sus «Mocobíes»; mientras describe una escena de canibalismo. Al parecer tampoco le resulta ajena este tipo de práctica obviamente no recomendada por jesuítas y evangelizadores:

Especialmente los dos susodichos Lacalaguitchiga y Vatala habían recibido ya varios lanzazos en el vientre de modo que  la sangre manaba con fuerza de las heridas pero sin embargo no cejaron de pelear hasta que quedaron sin fuerzas; aun cuando ya no podían estar parados, sentáronse  en el suelo y no dejaron caer sus lanzas hasta no quedar finalmente  completamente atravesados. En esta ocasión a un anciano, de nombre Paulus Conoquin, un generalmente muy devoto y buen cristiano (que era manductor de los muchachos y diariamente estaba presente con ellos en la doctrina cristiana) le instigó el antiguo apetito de comer carne humana, buscó entre los muertos los más gordos, les cortó la piel de la frente junto con la carne, la tiró sobre el fuego y la comió así asada.

Si antes de esto mis Mocobíes eran temidos por los salvajes, el miedo después de este combate fue aun mucho mayor de modo que ninguno se atrevió de ahí en adelante a acercarse a mi reducción aun a muchas leguas…

Florián Paucke – Hacia Allá y Para Acá (Una estada entre los indios Mocobíes 1749-1767) – Tomo II – Pag. 308

Es curiosa la figura de Florián Paucke, al confesarse como un auténtico mediador bélico en el momento de proteger emplazamientos jesuítas. Y lleva a resignificar su carácter de Padrecito en un auténtico Guerrero. Sería difícil sino comprender cómo prosperó su relación con los Mocobíes.

Después de esto hubo entre los salvajes el rumor acerca de mí que los Mocobíes tenían un Pater que enviaba a sus indios a cortarles las cabezas.

Florián Paucke – Hacia Allá y Para Acá (Una estada entre los indios Mocobíes 1749-1767) – Tomo II – Pag. 309

¿Un antropófago en Helvecia?

Esta nota es una colaboración a nuestra investigación de Claudio Gervasoni, que descubrió en el magnífico blog «Fuera de Foco» esta historia casi olvidada. Intentar vincularla con lo anterior es absurdo,  sin embargo forma parte de la memoria colectiva de la región.

Sucedió en una isla del departamento Garay en 1936. El caníbal fue trasladado a Santa Fe y luego a un hospicio de alienados en Buenos Aires. El diario El Orden realizó una sensacional cobertura de uno de los casos más truculentos de la historia criminal santafesina.

“¡Existe el hombre malo que se come a los chicos! ¡Cocinó y comió a una criatura de once años!”, es el sensacional título que aparece en portada del diario El Orden el 22 de mayo de 1936.

Además del título, el despliegue periodístico de la información recuerda mucho a la forma en que trabajaba este tipo de casos el diario Crítica: la mayor parte de la noticia es relatada por el periodista que pudo entrevistar a Aparicio Garay, el criminal, y así lo testimonia una fotografía.

Un día antes de ese titular, en página 6, el diario impacta con grandes letras: “¿Un antropófago en Helvecia?”, y un breve anticipo de la información, que no había podido desarrollarse por haber cerrado las oficinas telegráficas poco antes de conocido el sucesos.

La edición del 22 de mayo es sensacional: en varias páginas, y con una gran profusión de fotografías, se cuenta que Garay había secuestrado, asesinado y luego devorado a un chico en una isla cercana a Helvecia. Hacia allí fue el cronista y describió al criminal así: “Se abre la puerta y aparece un hombrecito insignificante, descalzo, con un saco azul sobre las carnes y unas bombachas curtidas por el agua y el uso. El cabello entrecano, revuelto y desordenado; los labios secos y prominentes en algunos gestos; abultados y groseros en otros; la mirada escurridiza y a ratos incisiva”.

Garay le relató a El Orden que el chico había ido con él por voluntad propia y que pasado un tiempo quiso irse. Él lo persuadió: “Vea compañerito… usted no puede dejarme. Hemos salido juntos, usted es mi compañerito, debemos seguir juntos. Cómo me va a dejar solo?”

Se quedó unos días, pero una mañana lo vio en una canoa, yéndose. Garay dijo que la voz del “horario” le dijo que lo fuera a buscar, y él tomó su fusil, le apuntó y le disparó a la cabeza.

“¿Qué es eso del “horario”?, le preguntó el cronista. “El horario es mi Dios”, contestó. “Él manda, yo soy su sirviente. Manda a todos los hombres. En el horario, están las horas. Las horas son el tiempo. Es la vida de los hombres. Sin el horario no hay vida. El horario me dijo: ¡no lo dejes ir!… Y yo no lo dejé ir. Qué podía hacer? Yo soy un sirviente”.

La historia del horror recién comienza. Cuando Garay rescató al cuerpito de las aguas, “el horario” le dijo que tenía que comer. Y él lo hizo. “Primero lo abrí… Con el machete. Lo limpié bien. Yo sé cortar. Aprendí en el hospital (…). Limpié bien los huesos. Primero los iba a guardar, para trabajarlos. Lindos huesitos. Hubiera hecho unas fichas. Pero por dentro no servían. Eran esponjosos. Entonces los tiré al río. Y la carne la colgué. Hice ganchitos y colgué la carne de la enramada cerca del rancho”.

Como si fuera poco, el cronista le sigue preguntando: ¿qué comió, cuánto comió? Aparicio Garay dijo que no toda la carne es buena, pero que además había comido con miedo, porque “uno se envicia. Come y después siempre quiere comer”. Hizo asado, frió otros pedazos y luego, con derritió la grasa e hizo aceite.

A la policía le dio algunos detalles más: “La cabeza la herví… los sesos no se podían comer y se los di a los perros. Pero las carnes eran buenas”.

En los días siguientes, Aparicio Garay, el nombre con el que se lo identifica, pues carecía de documentos, es trasladado a Santa Fe. El Orden se dedica entonces a intentar comprender el caso: en otros tiempos, se hubiera dicho que estaba poseído por un demonio y destinado a la hoguera, marca; pero hoy, el caso pertenece a la ciencia. Es verdaderamente notable la forma en que el cronista analiza los retazos de la vida de un hombre buscando entender cómo se llega a la locura para llegar a la conclusión de que “en contacto con hombres y en un medio normal, se hubiera corregido”.

Ante el juez Salvador Dana Montaño, Garay repite casi las mismas palabras que ante el cronista de El Orden. Sin embargo, aún queda por esclarecer el modo en que murió el niño, ya que existe, además de la versión del criminal, la hipótesis de que había sido degollado.

Algunos meses después, en octubre, el magistrado dicta su sentencia: “Es un sujeto senil, con delirios sistematizados, cuya evolución no puede precisarse”. El dictamen es sobreseimiento, pero ordenando la reclusión de Aparicio Garay en el Hospicio Las Mercedes de Capital Federal, por carecer Santa Fe de un establecimiento adecuado.

Hacia allí fue trasladado Garay. La última noticia que se tuvo de él fue en octubre de 1938, cuando asesinó a un compañero porque este no lo dejaba dormir.

Pablo Bosch – Fuera de Foco – Mar 2, 2008

El Entenado de Juan Jose Saer

En este relato de ficción Juan Jose Saer viaja a los principios de la conquista de sudamérica, donde su personaje en primera persona, queda preso, y milagrosamente ileso, entre los llamados indios Colastiné. Allí, en trance descriptivo, se ve inmerso en una dantesca bacanal en la que sus propios compañeros de viaje son ahora el banquete de estos ajenos, y al mismo tiempo cándidos e ingenuos indígenas caníbales.

El que estaba decapitando al capitán -porque cuando miré con más atención pude comprobar que el aire ausente de ese cuerpo desnudo cuya cabeza, que estaba siendo seccionada en ese momento reposaba, para mayor comodidad, como la de un niño adormilado en el regazo de su madre, en las rodillas de su propio degollador, era el del capitán- se distrajo un momento de su tarea, alertado sin duda por la intensidad de mi asombro silencioso, y, dirigiéndome una sonrisa llena de simpatía y de simplicidad, sacudiendo la mano que blandía el cuchillo, exclamó Def-ghi, Def-ghi, y señaló con el dedo el cadáver que estaba decapitando. Algo ridículo debía haber en mi expresión, porque uno de los que estaban despedazando el primer cadáver hizo un comentario en voz alta, sin dejar de hundir su cuchillo en el pecho sanguinolento, y los que alcanzaron a oírlo se echaron a reír a carcajadas. Fue en ese momento en que la conciencia exacta de lo que se avecinaba me vino a la cabeza, de modo que me di vuelta y me eche a correr…

…Como me pareció ver que la carne traía pegados, aquí y allá, fragmentos de una materia oscura, induje que debían haber arrastrado los pedazos, por descuido, en el suelo, y que debían habérseles adherido hojas secas y ramitas, e incluso tierra, pero cuando me acerqué unos pasos para ver mejor comprobé que, no solamente la carne no había sido tratada con negligencia sino que, muy por el contrario, había sido objeto de una atención especial, porque lo que yo había confundido con adherencias extrañas debidas al contacto con la tierra no era otra cosa que una especie de adobo hecho con hierbas aromáticas destinadas a mejorar su gusto.

La disposición de la carne en las parrillas, realizada con lentitud ceremoniosa, acrecentó la afluencia y el interés de los indios. Era como si la aldea entera dependiese de esos despojos sangrientos. Y la semisonrisa ausente de los que contemplaban, fascinados, el trabajo de los asadores, tenía la fijeza característica del deseo que debe, por razones externas, postergar su realización, y que se expande, adentro, en una muchedumbre de visiones; no ardían, esos indios, en presencia de la carne, de un fuego menos intenso que el de la pira que se elevaba junto a las parrillas. A pesar de la expresión, semejante en todos, se adivinaba en cada uno de ellos la soledad súbita en que los sumían las visiones que se desplegaban, ávidas, en su interior, y que ocupaban, como un ejército una ciudad vencida, hasta los recintos más oscuros.

Juan Jose Saer – El Entenado – 2005

Cuerpo y Sangre

Para no caer permanentemente en prejuicios es necesario acercarnos a aquellos temas y asuntos que nos causan repulsión. El morbo se alimenta de la distancia y de los prejuicios. De aquello que se ve sin querer comprometerse. No es posible formarnos una opinión sobre un tema si no estamos dispuestos a encararlo. Aquello que vemos sin prejuzgar, sin apego ni aversión, es aquello que podemos comprender plenamente.

El hombre blanco se ha creído superior en muchos aspectos a otras razas y se ha creído con el derecho de robar a las razas inferiores, matar y exterminar todas sus culturas, aunque para ello se haya tenido que inventar embustes sobre lo malos que eran los primitivos. Es a partir del siglo XVI, cuando Occidente se encuentra con el «otro» y tiene que elaborar su identidad, cuando el canibalismo, como rasgo de barbarie y salvajismo, se atribuye a los pueblos primitivos y, al tiempo, como algo ajeno al «occidente civilizado». Pero la verdad es que, incluso en esa época, se practicaba el canibalismo en Europa, y que durante toda su existencia el hombre ha sido un caníbal.

Gonçal Vicenç Bòrdes – LA VELLETA VERDA – Dic 1 2003