La soledad del campeón: fantasía y realidad

Por Gabriel Balbuena

Entrevista de archivo al Dr. Hugo Ríos, en Golondrina

Hugo Ríos es médico y escritor. Para muchos sólo Doctor Ríos. Hace literatura folclórica con los relatos de la costa, nacido y criado en San Javier, tierra que menciona permanentemente junto con sus mitos y leyendas. Él ha recopilado y seleccionado relatos para escribir algunos cuentos que fusionara entre ficción y realidad (anécdotas de amigos entre otras) con un solo deseo, “pintar su aldea”, como menciona en el prólogo de su primer libro. Hugo cuenta con tres libros publicados, en uno de los cuales  se encuentra el cuento que es motivo de esta charla “La Soledad del Campeón” del libro “El Demonio de Río”, cuento que se ha convertido en cortometraje y que lo tiene como guionista y actor encarnando a su amigo Pablo Escobar.

Habiendo pactado ya la entrevista, Hugo me recibe en su consultorio – como si fuese un paciente más y luego de la debida espera- sentado frente al escritorio gastado donde seguro ha pasado miles de horas de su vida y ansioso por hablar de lo que lo apasiona. Me recibe cuál si fuera un conocido de toda la vida y el saludo me bastó para notar en sus ojos transparentes la emoción contenida por el reconocimiento…

Con el hielo roto, empiezo por proponer lo que, en principio me atañe…

-¿Cómo nace el cuento “La Soledad del Campeón”?

-Este cuento nace a través de la concepción de un mito: el mito Monzón. Los mitos son algo que se implanta en el pueblo y trasciende generaciones a través del tiempo porque son una forma de expresar el saber arcaico, el saber que deja el tiempo. De esta forma es que conocemos mitos como el de la “difunta Correa”, como el del “Gauchito Gil”, que perduran en el tiempo. En este caso el mito Monzón es algo que está entre los sanjavierinos, nosotros lo hemos vivido desde chicos.

Yo nací en San Javier pero para ir al secundario fui a parar a la casa de mi abuela en Santa Fe, en Barrio Barranquitas, a media cuadra de donde vivió Monzón con la “Pelusa”…

-¿Se puede decir que es un privilegiado por haber presenciado los comienzos del “Negro”, bien de cerca?

Con Monzón hicimos caminos paralelos. Solo una vez nos encontramos personalmente. Él se fue de San Javier, yo también me fui de San Javier; él se fue a Barranquitas, yo también me fui a Barranquitas. Siempre se lo veía por el barrio y cuando de adolescentes jugábamos al futbol y lo invitábamos a jugar a Monzón, el no nos daba pelota porque se iba con su bolsito al gimnasio a entrenar, era un tipo de una perseverancia extraordinaria.

Hay dos cosas que hicieron que naciera la “Soledad del Campeón”. Una de ellas, pasar siempre frente al monumento y verlo tan solitario. Es una soledad que aumenta con el abandono, los yuyos altos, las placas que quedan se han borrado por el paso del tiempo y las demás se las han robado. Esta sólo parado en medio del ring más precario que le ha tocado…

-Sólo y rodeado por las catorce columnas a sus espaldas (cada una de ellas representa una defensa de título mundial)…

-Exactamente. Sólo las columnas, porque las placas ya están desapareciendo. Todo el mundo habla del abandono en que está el monumento y de lo que se podría hacer por mejorarlo, sin embargo nos quedamos sólo en las palabras.

Por otro lado, se unió a una anécdota que me contó Pablo Escobar, un viejo boxeador que fue campeón nacional y entrenador de box en San Javier. En una de esas tardes que compartíamos Pablo me contó que “Cucho” (otro ex boxeador, amigo y ex pupilo de suyo) había ido a pedirle el equipo de box que tenía guardado y que él tanto cuidaba (trofeo de sus épocas de pugilista); y que lo llevara al monumento de Monzón en su camión, porque quería sacarse una foto vestido de boxeador con Monzón a su lado; y que lo acompañara en esa misión un poco fuera de lo común. Escobar era un hombre muy bueno, muy comprensivo detrás de su aparente dureza; y sin objetar demasiado le prestó ese traje que guardaba y que a nadie prestaba y  lo llevó. Cuando bajó allá vestido de boxeador, le dijo que en realidad no venia a sacarse una foto sino a pelearlo a Monzón, que su sueño era pelear con Monzón y así peleó con la estatua como un loco, imaginando ese contrincante al que no muchos habían podido derribar. Todos se reían, pero lo acompañaron en esa especie de sueño.

“Cucho” tenía el sueño de pelear con Monzón, él había hecho box con Pablo y según lo que cuentan, tenía lo suyo pero luego el alcohol lo fue venciendo. Así pude imaginar qué sería si un boxeador fanático de Monzón fuera a pelearlo, es decir, fuera a cumplir un sueño y si en medio del sueño se encontrara con una realidad distinta. Con que Monzón aceptó esa pelea y por supuesto lo desfiguró  a golpes, pero la alegría de “Cucho” era llegar hasta el final de esa pelea aunque tuviera que dejar la vida.

El cuento se divide en dos partes: la de realidad, que es la anécdota; y la parte ficcionaria, que proviene de su imaginación. Propone al lector una diversidad de imágenes…

-Así es. Entra en juego la imaginación del que lo lee también porque tiene múltiples finales y un abanico de significados. Algunos dirán que estaba sufriendo una alucinación al momento de recibir lo golpes o al esquivarlos. ¿De donde provenían los golpes, de una materialización del alma, de la psiquis o realmente era el espíritu de Monzón?

-“La soledad del campeón” es un homenaje a Pablo Escobar, a Carlos Monzón, pero también es una homenaje a San Javier y a todos aquellos que creemos que el monumento a Monzón debería estar en San Javier, donde él nació, en su lugar; y no donde murió…

Siempre se habla de eso. Yo he estado en la filmación del corto en el rancho donde vivió Monzón, -en el lugar, porque el rancho ya no está- y siempre se habla de levantar un monumento; un recordatorio, algo que nosotros sentimos que le debemos al “Negro”, porque San Javier se portó muy mal con Monzón en sus comienzos. Cuentan que cuando necesitó ayuda para viajar a un campeonato panamericano o algo así vino a pedir ayuda acá y algunos se reían de él por su porte físico, los viejos amigos también se le reían y los comerciantes no lo apoyaron…Eso fue una herida muy profunda para él.

Le debemos un homenaje porque eso de levantar un monumento donde murió (Ruta 1, Paraje Los Cerrillos) es un poco tanatico y sin sentido. El sentido está donde está la gente que lo quiere, que lo reconoce hoy por hoy, donde le van a llevar flores, donde el sentimiento de la gente es mucho mas profundo que el transeúnte que pasa, mira y se va.  La generación del cuento está basada en el sentimiento que le produce a uno verlo solo a él, pero también aprovechar la oportunidad de alguien que tenía un ideal; un sueño de pelear con Monzón. Yo creo que el mejor homenaje que se le podía haber hecho a Monzón es que alguien quisiera pelearlo, eso a él lo revivía, le despertaba ese instinto Mocoví de pelear, de guerrero; de salvaje…

-¿El escenario del cuento es parte de la anécdota?

-Lo que existió realmente es hasta la llegada al monumento, en el momento en que empieza a pelearlo el cuento toma otro color.

Ahí comienza en otra dimensión el cuento, completa a los adversarios en su dimensión, uno por volver a pelear y el otro con el sueño de enfrentarlo.

¿Cómo es que este cuento llega a convertirse en cortometraje, en quién se  origina la idea?

Esa fue una idea de mi hijo  Martin (Ríos) que está haciendo cine en Buenos Aires ya que el cine es su pasión y lleva hechos dos o tres cortos. Él me preguntó cuál podía ser el tema del próximo corto y ahí le dije que tomara algún mito de los que tenemos en la costa, como el Chira Molina, algún acontecimiento sangriento, o Monzón… que para nosotros sigue vivo.

Entonces le intereso lo de Monzón, y volvió a leer el cuento y me preguntó si me animaba a hacer un guion. Como yo  estaba metido en el cuento se me hizo fácil hacerlo, lo hice y después se lo llevó para hacerle algunos retoques.

Quedamos muy conformes con el resultado y la adhesión de la gente, que en principio no entendía el porqué de “ese loco que peleaba con una estatua”.

Supe que era muy amigo de Pablo, ¿Qué le produjo a usted encarnar a su amigo Pablo en el corto?

-(Se ríe y luego de unos segundos responde) Por accidente, porque quien iba hacer el papel de Pablo Escobar no llegó a la filmación y no había quien actuara de Pablo, que conociera su forma de hablar, sus gestos. Entonces me dijeron cálzate una remera, un short y las chancletas que vas a hacer de Pablo.

-Y encarnó a otro campeón sanjavierino…

-(Pude ver como de ojo derecho bajaba hacia su mejilla una lágrima que habló por sí sola, muy emocionado y casi sin palabras respondió). Así es. Ese era Pablo, un gran amigo. Después de la edición, realmente me emocionó mucho. Me gustó. Todo esto realmente justificó mis años en la literatura regional. Por supuesto que a mí como a todos me hubiese gustado tener la presencia del “Negro” Monzón.

-¿Cuál es su reflexión general sobre La Soledad del Campeón?

-Sensaciones y sentimientos encontrados de muchos aspectos.

Cuando se inauguró  el monumento había placas de todos los municipios de la zona y la de San Javier aún no estaba, no había llegado todavía. Primer soledad. Su cuna, el lugar donde nació, su pueblo sin haber puesto la placa recordatoria. La segunda soledad es el olvido, el abandono al que está sometido…

Sé que nos duele a todos no tener su monumento en San Javier, aunque sea un recordatorio. Cuando vienen turistas franceses, italianos, portugueses o vaya uno a saber de qué otro lugar, quieren conocer el rancho donde nació Monzón, y no todos conocen ese lugar, hay guías que ya están acostumbrados y los llevan aunque ya no esté el rancho, que ni siquiera era de barro, era por completo de paja. En fin, son muchas las soledades del campeón, más nuestro sentimiento de dolor por haberlo dejado solo y porque nos duele su soledad.

Todos sabemos que al hablar de Monzón en cualquier lugar del mundo nos entienden, porque el mundo recuerda sus golpes, similar a lo que ocurre con otros deportistas argentinos que son insignia nacional, pero con Monzón es distinto porque es sanjavierino y  aunque hayamos dejado un vacio en su pecho va seguir siendo nuestra bandera y orgullo costero.

Al salir del consultorio, después de más de una hora de charla, veo pacientes esperando por su consulta, apretados en los sillones que dispone la sala de espera. Y yo me voy con lo que vine a buscar y con mucho más, la impresión que me dejó un tipo orgulloso de su pueblo a pesar de todo y con la imagen de un “viejo” que todavía se emociona hasta las lágrimas cuando habla de Monzón, de sus amigos y de San Javier…

La entrevista fue hecha al momento del estreno del cortometraje “La Soledad del Campeón” y  para archivo propio, que luego serviría para rendir una materia. Me pareció muy interesante el cuento y lo que nos propone, pero es mucho mas jugosa la anécdota disparadora de éste y además la forma en que Hugo habla de esa situación con esa voz firme e impregnada de temple costero, un lujo escucharlo hablar.

A  esta altura, ya más de un año ha pasado y sus palabras consiguen esa significancia que no dejan que el tiempo se las lleve.

Gracias a Hugo Ríos por su predisposición y ejemplo…